21 de julio de 2011

Del mejor árbol la fruta más amarga

Escribí esto hace poco menos de un año. Cuando escribo algo es porque algo o alguien me inspira a ello: algo que me haya pasado, algo que haya visto, algo que haya oído... Este texto me gusta, me gusta el mensaje que se entreve, me gustan las imágenes que evoca. A veces cuando releo algo escrito tiempo atrás me cuesta recordar por qué me sentía así en ese momento o porqué elegí esas palabras y no otras. Con este texto me pasa todo lo contrario... para mi es tan claro lo que hay detrás que es como si lo estuviera anunciando a bombo y platillo.

Hacía mucho tiempo que no subía aquella solitaria colina, tan verde y tan bella como yo la recordaba. Entre la hierba se insinuaba un pequeño camino labrado gracias a las otras personas que como yo habían realizado aquella ruta al menos una vez, paso a paso, lentos pero decididos.
Esa tarde hacía bastante calor, calor típico de una tarde de Julio y como aquella vez caminaba lentamente siguiendo el casi invisible camino intentando mantener mis pensamientos alejados de mí. Conforme subía la hierba se hacía más alta, veía mariposas y otros insectos rozar con ternura los tallos más altos que, a su vez, acariciaban mis piernas aumentando el cosquilleo que ya sentía dentro de mí. Entonces apareció ante mí una imagen que creí haber olvidado. En lo alto de la colina y con el sol a su espalda la imponente silueta de un árbol hizo renacer en mí el recuerdo de aquella primera vez. Seguía siendo tan frondoso y tan alto como yo lo recordaba, el viento parecía agitar su ramaje del mismo modo, parecía dirigir con esmero la sinfonía de hojas que junto al trinar de los pájaros creaba la más bella de las melodías, una melodía que creía ya olvidada y notando el sudor resbalar por mi mejilla aceleré el paso.
No me costó mucho llegar y agradecí enormemente la sombra que el árbol lanzaba pues su frescura aliviaba todos mis sentidos y sin pensarlo si quiera me senté apoyando mi espalda sobre su robusto tronco cerrando los ojos disfrutando de todo lo que aquella típica escena de un lienzo podría ofrecerme.
Hacía mucho tiempo que no subía aquella solitaria colina, tan verde y tan bella como yo la recordaba por lo que decidí volver cada tarde. Subía un día sí y otro también descubriendo cada vez una perspectiva diferente, un nuevo brote, un nuevo aroma en el viento. Me alimentaba de la brisa, me alimentaba de la sombra y me vestía con las ramas que danzaban ligeramente.
Durante una de esas tardes miré hacia la copa y descubrí algo de lo que antes no me había percatado. Entre las hojas crecían unas extrañas frutas rojas y redondas que brillaban con un intenso reflejo del sol despertando una curiosidad tan sincera e intensa como la de un niño así que no dude en levantarme e intentar alcanzarlas. Y no fue una tarea fácil, conforme alcanzaba una rama otra iba apareciendo, conforme me acercaba a esas frutas iban apareciendo más como si mis deseos de alcanzarlas alimentara al árbol. Casi podía ver como nacían, como de un pequeño brote crecían esas frutas, podía incluso sentir su dulce sabor sin haber rozado mis labios contra su piel hasta que estiré una mano y noté como una de esas frutas se posaba sobre ella.
Bajé de un salto observando con delicadeza aquel tesoro que acababa de encontrar, aquella joya que adornaba mi mano y cerré los ojos, fascinado por todo lo que aquel lugar me había hecho sentir hasta que mis labios y su piel se fundieron como en un cálido abrazo de una noche verano.
El viento, las hojas, el sol, la hierba… hasta la dulce sombra había sido partícipe de aquella farsa. La amargura recorrió mi gusto, la dulzura que esperaba encontrar estaba totalmente ausente. Su apariencia: una mala jugada. Tal vez haya sido yo el iluso por haber dado por supuesta la dulzura de una fruta que no había probado antes, sin embargo, decidí tragar ese mordisco traicionero.
Hacía mucho tiempo que no subía aquella solitaria colina y pasará mucho tiempo hasta que la vuelva a subir otra vez. La belleza del árbol, la musicalidad del viento con sus hojas, la magia que parecía flotar me había hechizado.
Me había hecho coger del mejor árbol la fruta más amarga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario