Suele decirse de alguien cuando se marcha para siempre que ha sido un regalo para quienes han compartido su vida con él, suelen quedarse cortos los elogios y el mensaje viene a ser que se ha ido por eso, porque algo o alguien superior a nosotros ha decidido que así sea, porque merecía estar con él, pero no deja de ser un simple consuelo. Además, en muchos casos todos esos elogios y buenas palabras suelen ser una exageración.
Pero ¿qué ocurre cuando no es así? ¿Qué ocurre cuando quien se ha ido se merece todos esos elogios y más?
Hace un año que no estás y ninguno nos acostumbramos a ello. Somos muchos los que hemos soñado que estabas aquí de nuevo, somos muchos los que hemos hablado de ello y somos muchos los que te hemos recordado pensando en que tu marcha fue la más injusta de las que podía haber.
Cuando te fuiste y aun todavía resuena en mi mente una palabra, una palabra que ha sido para mí la más dura y la más difícil de asimilar. Nunca.
Nunca fue la palabra que vino a mi mente la noche en que te fuiste, y a la siguiente, y en muchas otras, y ese nunca vino acompañado de incontables recuerdos junto a ti, recuerdos y momentos que ya nunca más se iban a repetir.
Nunca escucharía tu voz, nunca te volvería a abrazar, nunca volvería a escuchar tu risa, nunca podría volver a coger tu mano, nunca podría darte una sonrisa y nunca me la devolverías. Nunca. Nunca antes una palabra me había resultado tan dura.
Sin embargo, con el tiempo he conseguido darle la vuelta a esa dureza y conseguir que la palabra suene menos dolorosa y es que se que, pase lo que pase, nunca te podré olvidar. Nunca.
Te quise, te quiero y te querré siempre.
17 de junio de 2011
Nunca
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