20 de mayo de 2011

Un fantasma en el paso de peatones

Caminaba casi cegado por los rayos vespertinos del sol atravesando una gran ciudad, rodeándome altos edificios, vehículos escandalosos e incontables personas yendo y viniendo sin más preocupación que la de no dejar ir las bolsas que colgaban de sus manos.
Los vehículos gobernaban la carretera como si de un ejército se tratase: delante marchaban coches marcando las filas. Detrás gigantes autobuses rojos que intimidaban a cualquiera que osara mirarles. Y yo, al igual que los demás, sucumbí al poder del general de rojo que nos indicaba sin ni siquiera mover un dedo que nos detuviéramos para ver ese desfile. Entonces, al otro lado de la calle vi el sol reflejado en unas gafas, un destello cegador que me obligó a cerrar los ojos. Y al abrirlos apareció. Un fantasma del pasado miraba al frente, detenido ante la marcha de vehículos, ausente, destacando entre el resto de la gente por ser el único capaz de levantar mis temores y así fue. Algo surgió dentro de mí, mis temores se mezclaron con los nervios y me obligué a dirigir la mirada al ejército sobre ruedas que seguía desfilando, pero se acabó. El general de rojo dio paso a su compañero de verde y los que antes estuvieron parados empezaron a desfilar y entre ellos el fantasma. Casi por inercia también empecé a moverme y a cada paso que daba se acercaba el momento de cruzarme con él, el fantasma también caminaba, el fantasma también se me acercaba, el fantasma y yo estábamos a un paso, el fantasma pareció querer detenerse a mi altura pero el fantasma pasó de largo. Me dio un vuelco el estómago y me dio un vuelco el corazón pero seguí hacia delante. No volví la vista atrás. Había visto un fantasma del pasado. No, creí haber visto un fantasma del pasado, quizás quise haberle visto, quizás quise haber visto un fantasma del pasado.

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