13 de febrero de 2013
Arte
Él era negro como la noche. Ella, brillante como la luna. Primero bailaron lejos
el uno del otro mientras sus torpes pasos levantaban el polvo del suelo. Después,
alguien le tendió la mano de la que sería su última pareja de baile y danzaron
tímidos queriéndose encontrar pero a la vez evitando el contacto hasta que,
finalmente, se unieron en uno solo. Su vista se nubló. Sus piernas se
doblegaron débiles y el brillante traje plateado de la dama se tiñó de un cruel
carmesí. No lograba entender el dolor, no lograba entender el sufrimiento. No pudo
entender el arte, pues el arte no mata.
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