29 de noviembre de 2014

Fortaleza blanca

Otra vez aquí pero esta vez yo sin ti.
Otra vez aquí pero el que vino entonces no es el mismo que vino hoy.
Ahora no logro recordar quien era y siendo sincero no logro encontrar quien soy.
Ando perdido por las calles de la fortaleza blanca, aquella que hace tiempo hicimos nuestra y busco sin éxito lo que quedó prisionero en ella sabiendo que en realidad vuela libre como tu.

21 de septiembre de 2014

Vaivén

Viniste. Y te fuiste.  Iba, y me fui.
Nos fuimos.
Viniste y te quedaste.
Quise que te fueras pero te has quedado.
Por eso he aprendido a ir y venir contigo.

16 de septiembre de 2014

Revelación

Sé que no soy el mismo pero ahora no sé que soy. Aúllo perdido en una noche de la que
otros han conseguido amanecer pero mi aurora no llega. Me siento cansado, desesperado,
y ya no sé donde buscar. ¿Cómo avanzar si nada alumbra mis pisadas? Que ciego estoy.

Llevaba años fascinado por ella. Pálida, inalcanzable, tan misteriosa y distante...
Oteaba el horizonte, alzaba la mirada y la llamaba con amargura pero nunca respondía.
Buscaba la forma de llegar hasta ella pero no existía camino posible. La abandoné. Me rendí.
Olvidé que para llegar hay que salir, que para aprender hay que vivir, que nada va antes de mi.

Aprendí que para cazar hay que perseguir.



10 de julio de 2014

Pellizcos

Se ríe, y la alegría se escapa a través de los huecos de los dientes que se le han caído y que le están saliendo de nuevo. Mira a la nada a través de los gruesos cristales de sus gafas buscando solo ella sabe que y cuando encuentra mi cara abre la boca sorprendida.
Repite mi nombre y busca mi brazo para darme un pellizco. No sabe que está mal, no entiende que no se puede hacer y aun así lo sigue intentando hasta que me alcanza y me deja una marca en el brazo. No se pellizca el brazo. Me acaricia.
Esa huella se irá con los días pero hay una imposible de borrar por muchas días que pasen: es la marca del pellizco que me ha dado en el corazón.
No se pellizca el corazón. Me acaricia con su sonrisa.

16 de junio de 2014

El silencio de las estrellas

Muchas noches de verano se sentaba mirando al cielo, mirando a las estrellas. Cada uno de esos puntitos brillantes eran como los puntos que adornan los signos de interrogación que abren y cierran preguntas viejas y nuevas. Preguntas que aun hoy siguen sin tener respuesta.
Por muchas noches que pasen, por muchos veranos que lleguen y se vayan las estrellas seguirán sin responder. Y por muchas veces que se les pregunte solo devolverán silencio.
No es que no tengan una respuesta, es que quizás no la haya.
Sin embargo aquí sigue una noche más y un verano más alzando la cabeza y preguntando silenciosamente.
¿Para qué? ¿Si nunca tiene respuesta?
Porque a veces el silencio dice más que cualquier palabra. Y el de las estrellas dice más que cualquier otro porque entre ellas y su quietud solo queda uno mismo.

19 de abril de 2014

Promiscuidad

Me perdí entre tus sábanas. Ahora me busco entre otras muchas y aún creo que voy a despertar a tu lado.

6 de abril de 2014

Previsión meteorológica

Se prevé para el fin de semana una tempestad de recuerdos cargada de un aparato eléctrico directo al corazón seguida de un torrente de lágrimas descontroladas.
Soplarán rachas de vientos huracanados que derribarán fachadas y sonrisas por compromiso y una espesa niebla entorpecerá la visión de lo más simple.
Pero no se alarmen. El sol volverá a brillar.

3 de abril de 2014

Estaciones

Primavera en el jardín,
y no te vi venir.
Verano en un suspiro,
quería estar contigo.
Otoño en nuestras palabras,
lo único en lo que pensaba.
Invierno en mi corazón,
lluvia en mi habitación.

1 de abril de 2014

No regresar

Le gustaba
pararse en
los pasos de
peatones.
Así sentía que estaba
acompañado, así siempre
sentía     a alguien a  su       lado.
Le gustaba      pararse  mirando      al frente,
 viendo como   se le
  acercaba  la gente.
Se paraba y no
pensaba  cuando
el color iba a
 cambiar,       pues lo
que en           realidad
quería era             no regresar.

19 de enero de 2014

Caronte

Llegué a la orilla de un río cuyo cauce se extendía más allá de lo que alcanzaba mi visión quizás porque mis ojos estaban empapados en lágrimas una vez más. Me arrodillé para mirarme en las aguas pero en vez de devolverme el reflejo de mi rostro me devolvieron el  de mi mente pues estaban turbias, bravas,  agitadas, descontroladas y revueltas. A punto de desbordarse.
Me levanté buscando en los alrededores un puente o cualquier otra cosa que me ayudara a cruzar al otro lado pero no había nada que me pudiera servir incluso pensé en meterme en él pero enseguida lo descarté porque no sabía su profundidad y probablemente la fuerza de las aguas acabaría hundiéndome y ahogándome. No tenía salida.

Pasé en esa orilla sentado no sé cuánto tiempo ¿horas? ¿O fueron meses? Perdí la noción del tiempo hipnotizado por los latigazos que pegaba el agua y el rabioso ruido de la corriente, pensando una y otra vez cómo había llegado hasta allí, preguntándome por qué no encontraba el camino para seguir. Era tal la rutina de aquel paraje que me aprendí toda pincelada con tal lujo de detalle que aun hoy podría reproducirlo con exactitud. Sin embargo,  hubo un momento en el que descubrí algo diferente, algo que tal vez había estado ahí siempre y no había sido capaz de prestarle atención.
Entre la bruma que se formaba se dibujaba de vez en cuando una sombra tambaleante  que iba y venía pero que nunca alcanzaba a verla claramente. Me levanté y le hice señas con los brazos y tras varios intentos la sombra empezó acercarse. Ansioso caminaba de un lado para otro esperando la llegada de la que podía ser mi ruta de escape que no era otra que una destartalada barca guiada por un viejo. Me tendió la mano pidiéndome algo pero no llevaba nada encima. Le dije que no podía pagarle pero insistió hasta que me di cuenta de que no me estaba pidiendo nada sino que estaba ofreciéndome ayuda para subir. Con cuidado puse un pie en la barca y casi perdí el equilibrio pero el viejo no pareció inmutarse y cuando me senté cogió con gran destreza el remo y empezó su trabajo.
Para mi sorpresa no tardamos nada en llegar al otro lado, pude incluso haber llegado de un salto pero desde la otra orilla parecía todo tan diferente que tenía miedo de avanzar.
Cuando bajé y me giré vi que las aguas se habían vuelto mansas y que la bruma empezaba a disiparse. Le pregunté al barquero si tenía que pagarle ahora pero negó con la cabeza antes de decirme que ya había pagado el precio antes de llegar, que mis errores me habían llevado hasta allí y que solo  el haberlos asumido le permitió manejar la barca por las coléricas aguas.

Observé por última vez el río que ahora bajaba tranquilo, manso, incluso lo veía ridículo. Quise darle las gracias al viejo  pero ya no había ni rastro de él así que empecé  a avanzar sin saber realmente hacia donde me dirigía pensando que tarde o temprano me lo volvería a encontrar pues también, tarde o temprano, volvería a errar.

4 de enero de 2014